Dos semanas antes que el huracán María llegara, hice el primer viaje a la isla desde el Día de Acción de Gracias del año pasado. La llegada al Aeropuerto Internacional de San Juan estuvo marcada por la destrucción: el horizonte vibrante y exuberante de mi niñez desapareció y había sido reemplazado por un devastador manto marrón de árboles deshojados -algunos aún en pie, algunos caídos- así como pilas de escombros donde en algún momento habían casas y negocios. En mi vuelo, el único avión medio vacío que he tomado para ir a la isla, había una combinación de trabajadores y sus familias los cuales se arrinconaron en el asiento con ventanilla y se acercaron para ver el panorama. Escuché sonidos de asombro y el sollozo de casi todos los pasajeros a bordo, incluyéndome.
Viajaba allá para convencer a mi abuela de 90 años, original de Caguas, a que regresara a los Estados Unidos continentales, para unirse al resto de nuestra familia mientras se reestablecía la electricidad y los hospitales estuvieran en servicio nuevamente. También, viajé para distribuir dos maletas llenas de baterías C y D, botellas de Ensure, linternas de batería y cargadores USB y solares. Mientras guiaba hacia la casa de mi abuela bajando una carretera que probablemente he recorrido cientos de veces en mi vida, me asombré de ver cómo el panorama que he conocido toda mi vida había cambiado irrevocablemente en un instante. A través de las deshojadas y caídas ramas, descubrí un gran lago a lo lejos que nunca había visto. En la casa de mi abuela, a unos 20 minutos de San Juan, sobre la carretera caían cables del poderoso generador de emergencia de una fábrica de impresión, que operaba unas horas al día para beneficio de algunos vecinos que necesitaban la ayuda, lo cual eran todos. El restaurante de comida rápida de la esquina tenía su propio generador y, de inmediato, se convirtió en el lugar de encuentro del área. Desde las 5 de la madrugada, una hora antes de que el establecimiento abriera, la gente comenzaba a hacer fila con la esperanza de poder cargar sus teléfonos celulares. Las familias permanecían allí durante horas aprovechando el aire acondicionado todos los días, intercambiando rumores, esperando su turno para cargar sus teléfonos y esperando escuchar que sucedería luego. En todos lados, se sentía como si el tiempo se hubiese detenido.
Cinco meses después, las mujeres de Puerto Rico se han estado movilizando. En los días y semanas luego de María, ellas han visitado vecindarios inundados para remover a personas abandonadas, así como han organizado comedores para dar de comer a las comunidades con pocos o ningún alimento. Ellas han recorrido las comunidades para identificar las necesidades más apremiantes –han ido calle por calle, montaña por montaña, casa por casa, familia por familia– y han regresado cuando se han comprometido a entregar recursos y ayuda. Ellas han creado programas de ayuda legal gratuita para ayudar a familias a navegar los confusos y mal diseñados procesos requeridos para someter un reclamo a FEMA. También conectaron a puertorriqueños con grupos de ayuda mucho más activos y efectivos. Ellas han recaudado fondos, reconstruido carreteras e ideado métodos alternos de comunicación masivos en vista de poca o ninguna electricidad o acceso al internet. Y ellas se han desplazado lejos de sus comunidades y pueblos a pie y en camiones para distribuir luces, generadores, gas, ropa, zapatos, tampones, baterías, medicamentos, colchones, agua –y a menudo más importante, información– a un gran número de personas que aún necesitaban ayuda desesperadamente. Ellas han reído y llorado, escuchado y abrazado a personas en sus comunidades: las personas mayores, los enfermos, los discapacitados, personas viviendo solas, los ricos y los pobres. Muchos de ellos de escasos recursos. Las mujeres de Puerto Rico se han expresado sobre un liderazgo mediocre y han desafiado las desigualdades, los sistemas inoperantes y han, incluso, denunciado a un presidente sin tacto en televisión en vivo (además de responderle en Twitter). Al empoderarse por ellas mismas —y unas a las otras— las mujeres de Puerto Rico han empoderado a la isla entera. El fotógrafo Richard Mosse (cuyas imágenes han sido reproducidas en una Kodak Aerochrome, un filme infrarrojo descontinuado) regresó con Vogue para capturar alguna de sus historias.
“Soy la bisnieta de un obrero de plantaciones de caña de azúcar. Mi abuela encontró la forma de escaparse de la pobreza,” dijo Carmen Yulín Cruz, la alcaldesa de San Juan cuando nos reunimos a principios de marzo. Nos sentamos en una mesa no muy lejos de su actual oficina, un tráiler en los predios del Parque Luis Muñoz Marín –un hermoso y extenso parque por el que ella se esforzó por reabrir hace dos años. “No es mi voz la que importa. Es asegurar que mi voz sea el eco de miles de voces. Y que yo utilice esa plataforma para permitir que la gente sea la que lidere.” Cruz se convirtió en especie de la cara pública de la crisis de la respuesta al desastre en Puerto Rico tras María, cuando hizo varias apariciones en televisión suplicando por más ayuda desde los Estados Unidos continentales (y el presidente Donald Trump, a quien ella llamó “el jefe de la desinformación”, entre otros términos) en t-shirts que leían frases como “NASTY” y “Ayúdanos que estamos muriendo”. Aunque Trump visitó áreas afectadas por los huracanes Harvey e Irma a los cuatro días, tomó casi dos semanas antes que visitara Puerto Rico; le tomó a la Casa Blanca una cantidad similar de tiempo para levantar las restricciones de transporte que limitaban el acceso de artículos y donaciones a la isla. “Estados Unidos ha reclamado continuamente que Puerto Rico no es una colonia. Bueno, la farsa se acabó. Por eso fue que me molestó de gran manera cuando el presidente dijo que nosotros ‘queremos que nos lo hagan todo’. Eso demuestra no solo un pobre liderazgo, pero ignorancia. Él no sabe quiénes somos.”
Ahora, como el resto de las mujeres trabajando por la recuperación de la isla, ella está totalmente enfocada en el futuro. Su meta es encontrar soluciones permanentes a problemas recurrentes. Luego de todo, ella me recuerda, la temporada de huracanes llega en menos de tres meses. Al hablar sobre el interés repentino de la industria de la tecnología (y los llamados “bitcoin bros” ansiosos de desarrollar una presencia en la isla), Cruz dijo “uno de ellos me respondió con actitud en Twitter ayer diciendo “Voy a comprar algunas áreas en San Juan. No busquemos excusas, vamos a asegurarnos que arreglamos los problemas” y yo le respondí “ten por seguro, que vamos a asegurarnos que ustedes respeten a San Juan.”
Unas horas luego de nuestra entrevista, justo antes de la medianoche, recibí un mensaje de texto de la alcaldesa. “Y algo más”, leía el texto. “Pienso que esta serie de entrevistas se llama Mujeres de Estados Unidos. Con todo el respeto, quiero asegurarme que se entienda que antes que todo soy una ORGULLOSA MUJER PUERTORRIQUEÑA.”
Para la versión en inglés, haga clic aqui.
Para esta sesión fotográfica de tres días, el fotógrafo Richard Mosse utilizó seis medios diferentes, incluyendo Kodak Aerochrome, Kodak High Speed Infrared, Fuji Tungsten procesado transversalmente, Kodak Tri-X, Kodak Portra y un par de rollos de Kodak Vericolor con fecha de vencimiento de 1978. La película infrarroja Kodak Aerochrome revela parte del espectro de luz que el ojo humano no puede ver; fue desarrollado por el ejército de los EE. UU. en la década de 1940 con fines de reconocimiento y posteriormente se ha utilizado en diversos emprendimientos fotográficos aéreos, con aplicaciones forestales, de cartografía, industriales y militares.